Ruta de las Seis Lagunas

Por Pedro Glavic

Obtuvo el 2do lugar en el Concurso Literario de Rueda Al Sur, otorgado en abril de 2025.



En 2023-2024 realicé un viaje en bicicleta por Sudamérica recorriendo diversas rutas y paisajes. Una de las más desafiantes fue la “Ruta de las 6 Lagunas” que conecta Uyuni con San Pedro de Atacama, con 460 km de extensión y una altitud promedio de 4000 msnm. Desde el inicio del viaje pensaba en esta ruta, pero su dificultad me generaba dudas. Requería llevar comida para siete días y ocho litros de agua para dos días, lo necesario para llegar a los puntos de abastecimiento. Tras recorrer Perú, el norte de Bolivia y Chile, sentí que estaba listo para enfrentarla.


Luego de descansar una semana en Uyuni partí hacia el desierto. Los primeros días fueron una transición hasta llegar a Alota, donde comenzaba formalmente la ruta. El tercer día, camino a Laguna Hedionda, viví la jornada más dura: 80 km en 10 horas de pedaleo y empuje. Un desvío me llevó por un camino de arena y piedras sueltas que me hicieron sufrir, avanzando a 3 km/hr como máximo y perdiendo en más de una ocasión el camino (el cual a veces se perdía entre la maleza y la arena). Tras 10 horas de lucha llegué al hotel de Laguna Hedionda agotado y consciente de que aún quedaban seis días más.


Desde Laguna Hedionda avancé hacia la Laguna Colorada atravesando un tramo solitario y desértico. Me tomó dos días llegar a esta laguna, donde se pueden encontrar algunos alojamientos y abastecimientos básicos. El camino era una telaraña de huellas sin una ruta clara, obligándome a elegir el mejor sendero con ayuda del GPS. Después de una recta de 10 km enfrenté una exigente subida de 20 km, que me tomó más de cuatro horas. El viento en contra, la arena y la calamina multiplicaban el esfuerzo. Sin refugios para descansar avanzaba con dificultad pero la vista desde la altura compensaba el desgaste.


Tras coronar la subida entré a un cañón que parecía sacado del planeta Tatooine de Star Wars. Avanzaba a 5-7 km/h con mi bicicleta de 60 kg. El día se agotaba y los nervios aparecían al no encontrar un lugar para dormir. Mi meta era la Piedra de las Vizcachas, donde podría armar mi carpa al resguardo. 


La última hora de luz fue una lucha contra el camino y el viento, pero finalmente llegué y compartí la cena con curiosas vizcachas sobre una mesa de piedra en la soledad del desierto.


El día 5 partí hacia la Laguna Colorada, pasando por el “Árbol de Piedra”, una formación esculpida por el viento. El camino descendía, pero la arena me obligó a empujar la bicicleta durante dos horas para recorrer 15 km. Llegué a la entrada de la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, dónde estaba la Laguna Colorada. Aca viven cientos de flamencos que añadían belleza al paisaje rojizo. Mi destino ese día era el pequeño poblado de Huayajara. Tras un día agotador, llegué al hostal cubierto de tierra, pero con la recompensa de un baño caliente y una comida.


Después de un descanso reparador, salí con dirección a los Géiseres Sol de Mañana. Aunque era un tramo corto, debía subir todo lo que bajé el día anterior. Con la bicicleta de 60 kg, enfrenté una pendiente del 20% a más de 4000 msnm. Me tomó dos horas llegar al altiplano, donde el paisaje desértico y la soledad eran absolutos. Después de 25 km, arribé a los géiseres, ubicados a 4950 msnm, con fumarolas activas y un viento de más de 20 km/h. Busqué un lugar resguardado del viento para poder acampar y disfrutar los géiser que se encontraban a menos de 100 metros de mí.


Al amanecer, presencié los géiseres en su mayor actividad, mi sensación era de estar en Marte, aislado del mundo y sin señal hace días. Era absorbente el lugar donde había logrado llegar. El camino ese día fue un premio: poco viento y una larga bajada hasta las Termas de Polques, donde un baño termal me devolvió la energía.


El día 8 avancé hacia el Desierto de Dalí, con sus formaciones rocosas surrealistas. El camino era suave al inicio, pero tras el desierto comenzó la subida hasta alcanzar los 4600 msnm, el último gran paso de montaña de la ruta. En esta etapa los paisajes se volvían repetitivos y el cansancio acumulado se hacía notar pero la Laguna Blanca a los pies del volcán Licancabur me recordaba la belleza del altiplano.


Finalmente, llegué a la aduana de Bolivia donde conocí a Jin, un chileno que viajaba rumbo a Alaska. Tras una larga conversación crucé a Chile. El asfalto y la larga bajada a San Pedro de Atacama fueron el último tramo de esta odisea. Mi pareja y amigos me esperaban, un verdadero premio tras la travesía más desafiante de todo mi viaje.


Los días en la Ruta de las 6 Lagunas fueron un constante “quién me mandó aquí” y “no puedo creer dónde estoy”. Fue una catarsis de emociones: enojo, llanto, risa y satisfacción. Durante días avancé por un inmenso desierto sin ver a nadie. La verdadera prueba no fue sólo la soledad, el viento o la calamina, sino el tiempo con uno mismo y la introspección que conlleva.


Viajar en bici permite fusionarse con el paisaje, ver flamencos a menos de 50 metros, cenar con vizcachas en la mesa de piedra y dormir junto a géiseres en actividad. Todo esto gracias a la determinación de una persona y su bicicleta cruzando el desierto más seco del mundo.