Gravel al Sur: 600 km para encontrarse

Por: Diego Tremque

Fotografías: Mata Dibujos y Diego Aravena



Volver a perderse, buscar dentro de uno -como la ultradistancia- me ahogará en emociones a lo largo de 600 km, de muchos paisajes, olores, dolores y cambios de planes. Esa es la aventura: el perderse, la incertidumbre de si la vuelta nos conquistará o sólo avanzaremos hasta que volvamos a nuestra vida normal; porque esto es de otro planeta, lejos de la monotonía, la locura frecuente, la droga indolente, que siempre nos pide más, que siempre nos lleva a más.


Todo eso pasaba por mi cabeza antes de inscribirme a la carrera, luego aumentado antes de partir, luego una histeria en el arco de la partida, la pera tirita y somos más que nada una mente que sacrifica el cuerpo para adentrarse en una búsqueda más importante, después del dolor, después del cansancio. Es solo ahí cuando todo toma perspectiva.


Pero bueno, así es la vida. Nos concentramos en lo instantáneo, nada es largo. Todos son pequeños pasos para llegar más adelante. Las ultras son similares, esta no será la excepción. Me creo preparado, optimista y confiado en que la experiencia de mi mente gobierne a la falta de tiempo arriba de la bici.



Primer loop

La carrera parte. Los primeros 10 km debí haberme mantenido en el pelotón de arriba. Traté, pero inmediatamente me di cuenta de que no soy el de antes y los dejé ir. Hay que soltar siempre cuando los números son ajenos a los de uno. Esto me posicionó en los primeros 100 km entre los últimos. Siempre hay un juego mental del rendimiento instantáneo: no era bueno, no me sentía bien, no podía meterle más, la gente me pasaba. Así uno se entierra, empezando a ver todo como negativo. Culpar, bajar el ritmo y excusas. Ahí, justo ahí, es cuando la experiencia mental ayuda. Me dije “mira el paisaje, mantente en zona 3 o 4; eso es suficiente, suficiente para terminar. Sigue tu planificación”


Ahí es cuando uno hace la pega de agachar la cabeza y avanzar. Nada importa. Es un estado meditativo. Sólo existir en el camino y avanzar es más que suficiente. Esto es mi definición de aventura, por eso lo hago, para estar en la zona, en esa zona.


Llegué al primer Punto de Control (PC1). Dulce nos esperó maravillosamente: orilla de playa, Nutella, manjar, fruta, todo lo que uno podría pedir. La disposición al llegar fue “Diego, ¿qué necesitas?”. Ese es el amor del sur. Le dije “llenar caramaggiolas, echar mi pichicata y salir”. Son unos grosos, me devolvieron el ánimo. 


Luego de esto, la maravilla del universo: llegué al ferry y casi todos estaban ahí, y yo casi de los últimos. Me dio esperanza en la carrera y fue como un reseteo. La vuelta al Base Camp fue un lujo. Ir con neumáticos 2.0 con baja presión, una joya. Todo sumó y andaba perfecto. Terminé el primer loop, cargar, ordenar mis cosas y salir de nuevo. Ahí comenzó la tragedia.


Segundo loop

El segundo loop fue el más duro: de noche, el cansancio del día, la insolación, el sueño. Todo eso está bien, pero luego empezó el frío y la soledad de la noche. Cuestas empinadísimas, sin avanzar. Había que caminar. Todo se va dilatando y los últimos 20 km al PC2 se hicieron eternos. Ahí es cuando uno toma distancia, se olvida de disfrutar y sólo aguanta.


Por suerte me encontré con Cristián, colega ciclista de Santiago. Estar acompañado es menos duro, hace que uno pueda cambiar el switch y no se pierda a tomar la triste decisión de abortar. Logramos llegar al PC a eso de las tres o cuatro de la madrugada. También un PC maravilloso, con toda la comida y líquidos que uno pudiese querer, más unos sofás con frazadas para descansar. Y eso hice.

 

Normalmente, mi recuperación en ultra es de tres horas después de 20 o 26 horas de pedaleo, dependiendo de cómo me sienta. Como esta carrera era muy dura, decidí tras 21 horas, tomar una siesta de aquellas. Al día siguiente, fue despertar, comer, salir y avanzar, porque se venía la vuelta. La vuelta estuvo maravillosa. Cuestas empinadas, pero de día y sin lluvia. ¡Qué lujo es sentirse tan vivo!


Llegué al Base Camp de nuevo, con 400km en el bolsillo (de un total de 600) todo cambia de color. Sin duda pasar la mitad es crucial. Sentirse bien, resetear y echarse ánimos, es saber que todo está bien. 


Tercer loop

Un loop -de asfalto en su mayoría- por lugares habitados ¿qué podría salir mal? Cometí un error: por ir ágil, llevé poca ropa. Me congelé. Al principio salir de Puerto Varas y entrar al Parque Vicente Pérez Rosales fue maravilloso. Los paisajes, el volcán Osorno, todo te resetea. Y encima sabiendo que te está yendo bien… ¡Uffff, la vida es bella! 


Llegué al PC3, me dijeron que Cristian había salido hace sólo 20 minutos. Cambié el switch y salí a perseguir. Esto me duró 30 minutos, porque me vino un bajón de sueño letal.

 

Entre Ensenada y Puerto Octay el frío de los llanos me calaba los huesos. Apliqué pastillas de cafeína, manta térmica, cortaviento, diario, todos los trucos. Pero alcanzar a Cristián era una ilusión. 


Mi prioridad ahora era mantener el cuerpo caliente y despierto. Tengo experiencia en esto. Es un proceso que mi cuerpo pelea por 45 minutos, luego se resetea, si es que logro aguantar esa batalla. Lo logré y fue brutal. Hice todas las últimas cuestas escalando parado y sin detenerme para calentar el cuerpo, como cuando estaba en mi mejor momento. Quiero creer que esta carrera me ayudó a recordar que puedo meterle más, puedo atacar más y quiero más. Voy por más.


Feliz de partir mi 2025 con una carrera de tal nivel, tanta dificultad y protegido por una manta de cariño de los organizadores. 

Amado sur, nos volveremos a ver.

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