Circulando

Por Diego Ramírez

Obtuvo el 1er lugar en el Concurso Literario de Rueda Al Sur, otorgado en abril de 2025.



Conocí a “A” sobre ruedas. Todavía me encontraba absorto en un estado de hipnosis luego de haber visitado el Valle Lunar Jeinimeni y ver las innumerables figuras que las rocas —de distintos colores y matices— evocaban, cuando logré percibir a lo lejos una silueta humana sobre una bici. Yo pretendía acampar en el cerro pues, según me había contado un amigo, en aquella zona se habían visto OVNIs y yo, que anhelo ver cosas nuevas e impensadas, no quería perder la oportunidad. Apuré mi ritmo hasta que advertí que la silueta pertenecía a una joven que, por sus alforjas y bagaje adicional, asumí, era cicloviajera. Con la esperanza de que ella supiera dónde acampar, gritando un "¡Hola, hola!" y con una sonrisa en el rostro, me puse a pedalear a su lado. Ella me devolvió la sonrisa. Por sus facciones intuí que era —al igual que yo— veinteañera; sin embargo, sus ojos parecían ver desde hace mucho más tiempo, quizá siglos. Me encontraba abstraído en aquel enredo visual, que más parecía una asincronía física, cuando ella me interrumpió:


—Hola, ¿qué tal? ¿Cómo te llamas?

—Ehh... —aún algo desconcertado respondí— Aureliano, ¿y tú?

A.

—¿Cómo “A”? ¿Es un apodo?

—No, “A” como la primera letra del abecedario. Me llamo así desde que tengo memoria.

—Ok, eres la primera "A" que conozco. Mucho gusto. Por casualidad, ¿sabes de algún lugar para acampar por aquí cerca?

—No, pero igual estoy buscando. Si quieres, buscamos juntos.

—Apaño.


Al poco rato, encontramos a un lado de la ruta un sitio llano, ideal para pasar la noche. Rápidamente, cada uno armó su carpa y nos pusimos a cocinar en compañía del crepúsculo y los últimos rayos de luz. Mientras yo me encargaba del sofrito de cebolla y zapallo italiano, A se preocupaba de la cocción de las lentejas. Como era de esperarse, mi labor culinaria finalizó y las legumbres todavía no estaban listas, así que empecé a observar con mayor atención a mi nueva colega. Su cabello castaño parecía oscurecerse junto con el anochecer y sus ojos color miel —por el contrario— ganaban luminosidad; un brillo transparente bañaba sus córneas. Cuando la escuché inspirar con fuerza al mismo tiempo que cerraba los ojos, tratando de retener el aire en sus pulmones el mayor tiempo posible, pude comprobar que A estaba llorando, pero muy sutilmente, sin derramar lágrimas, acumulando toda su pena en la mirada. Incapaz de saber el motivo de su notorio cambio de ánimo, procuré consolarla.


—Según entiendo, existen tres tipos de lágrimas: las basales, las reflejo y las emocionales. Las basales están siempre, pues se encargan de lubricar y proteger nuestros ojos. Las reflejo aparecen en respuesta a agentes externos irritantes. Y, por último, las emocionales que, como su nombre lo dice, son producto de una emoción. Y bueno, bajo esa línea, somos eternos llorones ya que lloramos todos los días, por lo menos, basalmente. Mirando tus ojos, tengo la sensación de que no solo contienen lágrimas basales. Así que me quedan dos opciones: reflejo o emocionales... Sin embargo, la cebolla la corté yo, por lo que no pudiste haber generado lágrimas reflejo… no me queda más remedio que suponer que son lágrimas emocionales las que humectan tus ojos. Ahora bien, ¿son de alegría o tristeza?


Su boca risueña emitió un suspiro y una leve carcajada. Luego de pasear la lengua sobre sus labios, contestó:


—Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza.

—Mmm... ¿Mario Benedetti?

—El mismo que viste y calza.

—Sólo si se puede saber y te sientes cómoda hablando al respecto, ¿qué es lo que te alegra y entristece?

—Difícil, muy difícil... Sabes que hay cosas que no se pueden decir o comunicar verbalmente por más que se intente, ¿cierto? Lamentablemente, ésta es una de esas cosas.

—Entiendo perfectamente...


Observé el cielo, poco a poco comenzaban a exhibirse las estrellas, titilantes, listas para el espectáculo. Seducido por la Cruz del Sur, recordé unos versos que había escrito en Chaitén y los pronuncié en voz alta:

No son estrellas / Son hoyos en mi techo.


Ella, con su mirada fija en los astros, replicó:

No es que esté triste, pero mi viaje se está acabando.

—¿De dónde partiste y cuál es tu destino?

—Partí en Alaska y voy al sur, hacia Ushuaia... —exhaló y sonrió antes de continuar— pero ese no es el problema. Desde mi punto de vista, Alaska jamás fue mi punto de partida y Ushuaia tampoco será mi punto final. Viajar no se trata de ir de A a B. Viajar, para mí, es transitar por el mundo, ya sea espiritual o terrenalmente. Voy de A a la Z una y otra vez. Mi inicio y final es A.

—Comienzas en ti y terminas en ti... Ahora tu nombre cobra sentido.


A soltó una pequeña risotada antes de volver a ponerse seria.

—Sí, me gusta ver la vida como un círculo... Al fin y al cabo, todo es circular, partiendo de la base de que todo está compuesto de átomos que tienen núcleos esféricos y, estos últimos, al ser esferas, están formados por múltiples secciones circulares...


Antes de escuchar su voz nuevamente, hizo una pausa y respiró profundamente, como si el aire se tornara espeso debido a la saudade envolvente.

—Y sí. Es lindo viajar. Lástima que los viajes sean, al igual que nosotros, susceptibles al olvido. A veces me gustaría padecer hipermnesia, como el personaje de Funes el memorioso, creado por Borges.

—Concuerdo, también me angustia saber que hay cosas que, en su momento, olvidaré, dejarán de existir y, por ende, jamás habré vivido.


La nostalgia invadió mi cuerpo y el silencio tomó lugar. Con las lentejas listas nos dispusimos, pensativos y resignados, a contemplar el paisaje sideral. Al cabo de unos minutos, tanto mi cabeza como la suya era conquistada por el sueño. Somnoliento, me acerqué a darle las buenas noches, pero un bostezo impidió que el "buenas noches" saliera de mi boca. Ella me respondió con otro bostezo y ambos nos reímos al unísono. Sus ojos nuevamente lucían—como en un principio— poderosos y enigmáticos. Luego me fui a mi carpa, con la certeza de que, si bien no vi OVNIs, había conocido a alguien de otro planeta.


A la mañana siguiente, A ya se había marchado. Sólo quedaba el rastro de su carpa: una circunferencia en el suelo.